De como nos expresamos dice mucho de nosotros, la forma de hablar, los términos que usamos, incluso esto puede acabar modificando la realidad. Lo vemos en política, cuando los periódicos tildan una serie de acciones de "recortes", ya puedes hacer algo pensando que son ajustes y ahorros... que ya será una política de recortes...
Hace unos días "escuchaba" a mi amigo Mon Calvo, un comentario en un foro privado, que me llevaba a pensar como afecta el idioma, la forma de llamar las cosas, a la vida diaria.
Cuando vamos a la panadería a por pan, vamos a "comprar pan", está claro el intercambio comercial que vamos a hacer con el panadero, le doy dinero, y me entrega pan. Pan que ha hecho y en el que le queda un margen para poder comprar sus lentejas.
Pero no siempre somos tan claros, si vamos a por tomar un café, y quieres sorprender al camarero prueba a decirle "¿me vendes un café?", solemos usar el "ponme un café"... No vamos a "comprar" el café porque además vamos a tomarlo, a charlar con el camarero, leer el periódico, a tener un momento de relax. Este uso del léxico no daña a nadie.
Por contra, hay otros usos del leguaje que calan y nos situan en una posición con respecta al vendedor, y es que no vamos a comprar dinero para adquirir un coche, o un piso, vamos a "pedir" si nos "conceden un crédito". "Conceder" es dar, otorgar, hacer merced y gracia de algo, según la primera acepción de la RAE. Y me suena que el banco no otorga, ni da. El banco vende dinero, y cobra un margen, o sea, hace negocio vendiendo créditos.
Utilizar el término "conceder" deja al consumidor humillado ante la banca, que se dirige al bancario esperando una merced, un favor. Ya es hora de llamar las cosas por su nombre, y si vamos a negociar un crédito, una hipoteca, vamos a tener claro que vamos a comprar dinero al banco, y que nos cobrará un margen por ello. No es un favor. Y que te concedan la hipoteca o no, no depende de que te quieran conceder una gracia, si no de la capacidad de devolución que el consumidor tiene, no es un favor, es el crédito que cada persona se ha ganado, por su historial de pagos, y su patrimonio.
Esta forma de pensar que al pedir crédito estamos esperando un favor del banco tiene el efecto en el consumidor que acaba por aceptar a cambio, y casi de buen grado, las condiciones que le impongan, tres seguros, y cuatro sartenes incluidas. Cambiemos esta forma de pensar, cambiando nuestra forma de hablar.
Hace unos días "escuchaba" a mi amigo Mon Calvo, un comentario en un foro privado, que me llevaba a pensar como afecta el idioma, la forma de llamar las cosas, a la vida diaria.
Cuando vamos a la panadería a por pan, vamos a "comprar pan", está claro el intercambio comercial que vamos a hacer con el panadero, le doy dinero, y me entrega pan. Pan que ha hecho y en el que le queda un margen para poder comprar sus lentejas.
Pero no siempre somos tan claros, si vamos a por tomar un café, y quieres sorprender al camarero prueba a decirle "¿me vendes un café?", solemos usar el "ponme un café"... No vamos a "comprar" el café porque además vamos a tomarlo, a charlar con el camarero, leer el periódico, a tener un momento de relax. Este uso del léxico no daña a nadie.
Por contra, hay otros usos del leguaje que calan y nos situan en una posición con respecta al vendedor, y es que no vamos a comprar dinero para adquirir un coche, o un piso, vamos a "pedir" si nos "conceden un crédito". "Conceder" es dar, otorgar, hacer merced y gracia de algo, según la primera acepción de la RAE. Y me suena que el banco no otorga, ni da. El banco vende dinero, y cobra un margen, o sea, hace negocio vendiendo créditos.
Utilizar el término "conceder" deja al consumidor humillado ante la banca, que se dirige al bancario esperando una merced, un favor. Ya es hora de llamar las cosas por su nombre, y si vamos a negociar un crédito, una hipoteca, vamos a tener claro que vamos a comprar dinero al banco, y que nos cobrará un margen por ello. No es un favor. Y que te concedan la hipoteca o no, no depende de que te quieran conceder una gracia, si no de la capacidad de devolución que el consumidor tiene, no es un favor, es el crédito que cada persona se ha ganado, por su historial de pagos, y su patrimonio.
Esta forma de pensar que al pedir crédito estamos esperando un favor del banco tiene el efecto en el consumidor que acaba por aceptar a cambio, y casi de buen grado, las condiciones que le impongan, tres seguros, y cuatro sartenes incluidas. Cambiemos esta forma de pensar, cambiando nuestra forma de hablar.
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